Existen diferentes formas de preparar las plantas para la fitoterapia, según la parte de la planta que se utilice, el principio activo que se quiera extraer y la forma de administración que se prefiera.
Infusiones y tisanas: Consisten en verter agua caliente sobre la planta o parte de ella (hojas, flores, semillas, etc.) y dejarla reposar unos minutos. Se suelen tomar en forma de bebida o se aplican sobre la piel o las mucosas. Son adecuadas para extraer los principios activos hidrosolubles de las plantas, como los flavonoides, los taninos o los aceites esenciales. Algunos ejemplos de infusiones y tisanas son la manzanilla, el té verde o la menta.
Decocciones: Consisten en hervir la planta o parte de ella (raíces, cortezas, tallos, etc.) en agua durante un tiempo determinado. Se suelen tomar en forma de bebida o se aplican sobre la piel o las mucosas. Son adecuadas para extraer los principios activos termoestables de las plantas, como los alcaloides, los glucósidos o los saponósidos. Algunos ejemplos de decocciones son el jengibre, el regaliz o el diente de león.
Maceraciones: Consisten en dejar la planta o parte de ella (hojas, flores, semillas, etc.) en contacto con un líquido frío (agua, alcohol, vinagre, aceite, etc.) durante un tiempo variable. Se suelen tomar en forma de bebida o se aplican sobre la piel o las mucosas. Son adecuadas para extraer los principios activos liposolubles de las plantas, como los terpenos, los esteroles o los carotenoides. Algunos ejemplos de maceraciones son el ajo, el romero o la caléndula.
Extractos: Consisten en concentrar los principios activos de la planta o parte de ella mediante un proceso de extracción con un disolvente (agua, alcohol, glicerina, etc.) y luego eliminar el disolvente por evaporación o filtración. Se suelen tomar en forma de gotas, cápsulas o comprimidos. Son adecuados para obtener una dosis precisa y estandarizada de los principios activos de las plantas. Algunos ejemplos de extractos son el ginseng, el ginkgo biloba o la valeriana.